Crónicas Avenburguianas en el campo de la Salud Mental:
El Servicio de Psicopatología del Hospital Israelita (1978-1988)
Los inicios

Liliana Herrendorf, Jaime Millonschik, Mirta Alvarado y Sergio Rojtenberg.

“Aquel que tiene un por qué para vivir puede enfrentarse a todos los comos” (F. Nietzsche)

“Que la gracia de vivir es poner gracia en la vida …muere la rosa en el pecho igual que la no arrancada” (F. Pessoa)

“¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir” (Confucio)

Revista Sinopsis

Colección Hospital Israelita EZRAH. Archivo Histórico Fundación IWO.


El 2 de abril de 1978 comenzó a funcionar el servicio de psicopatología del Hospital Israelita, bajo la dirección de Ricardo Avenburg, fecha difícilmente olvidable. Cuatro años después, por los desatinos del poder, nos tocó hacer lo posible por rescatar a los jóvenes que eran enviados al frente, en la guerra de Malvinas. Eran años de plomo y lágrimas. Ricardo volvía de una beca en Suecia y era convocado por la comunidad del Hospital Israelita a armar y dirigir un servicio modelo de psicopatología. Fue elegido por su prestigio y su laboriosa formación, pero especialmente por la concepción de la salud mental que tenía.

Los que formaban parte del plantel profesional que ya trabajaba en el hospital, esperaban la apertura del que ahora se transformaría en un servicio modelo. Un espacio nuevo, construido curiosamente por un arquitecto llamado Freud. Sobrevolaba el temor amenazante de que el servicio no se abriera. Pero por esos intersticios que dejan aún las dictaduras más represivas, el servicio se abrió y funcionó por muchos años.

Los nuevos nos fuimos incorporando espaciadamente, el grupo más numeroso lo hizo a mediados de 1978. Veníamos de distintas realidades, cargando vivencias de dolor, angustia, desencanto, persecución, miedo y una juventud que desbordaba en esperanza y sueños. En medio del horror y la noche más terrible, encontramos una luz, pequeña fogata al calor de la cual y alumbrando el camino, la mayoría dimos nuestros primeros pasos y comenzamos a andar. Alrededor de esa fogata pasamos muchos años en los que compartimos la vida misma. Un lugar para pertenecer, trabajar y aprender, con el respeto mutuo como uno de los paradigmas fundamentales de nuestra tarea y nuestra convivencia. Un lugar para poder pensar.

A la distancia nuestro relato se torna vívido, no necesariamente fidedigno, pero con la emoción que uno guarda de las mejores experiencias. Aún hoy nos cuesta creerlo verdadero.

Al recordarlo, la figura de Ricardo Avenburg toma dimensión de leyenda, pero sobre todo tiene el peso y el valor de la historia. Fue un privilegio y un honor haber podido aprender a su lado. Aprender de lo que académicamente sabía y enseñaba con profundidad y sencillez, haciéndonos fácil lo que hubiese resultado bastante difícil sin él.

Ejemplo de modestia al que se agregaba su fino sentido del humor y su calidez humana. Su generosidad nos permitió nutrirnos con conocimientos para lo cual diagramó un servicio que funcionaba como escuela de psicoanálisis y formación en la clínica psicoterapéutica. En ese diagrama concibió igual cantidad de horas de asistencia y de formación. Todos los días teníamos tres horas para cada una de esas actividades, a las que se agregaban seis horas exclusivas de clases teóricas los días sábados. O sea, semanalmente, asistíamos a veintiún horas de teoría y supervisión.

La mayoría de los visitantes y concurrentes no teníamos renta. Ricardo pensaba que la formación era el modo en que el servicio pagaba nuestras prestaciones. Para eso eligió grandes maestros y los convocó para transmitir sus conocimientos: Abraham Apter, Betty Grunfeld, Susana Siculer, Elvira Nicolini, Silvia Avenburg, Vittorio Califano, Jaime Schust, Águeda Hernández, Mauricio Chevnik, Leonardo Goijman, Susana Ordoñez y la inolvidable Marilú Pelento que formó con rigurosidad y una transmisión académica inigualable, a los terapeutas de niños, y a todo el servicio.

Siguieron muchos más docentes y nombrarlos a todos haría una lista interminable.

Revista Sinopsis

“Queridas Hijas” Clara Luz Gils, 2009 . Gasa de algodón intervenida 20x20 cm.


El desarrollo

Fue Ricardo, también, quien subvirtiendo lo instituido, nombró como subjefa del servicio a una psicóloga, nuestra querida y admirada Nélida Cervone, hecho inédito en el país hasta ese momento, según creemos. Posteriormente amplió la subjefatura con un médico y otra psicóloga.

Puso siempre en igualdad de condiciones los distintos saberes incluyendo la interdisciplina como un saber hacer con la teoría, que compartimos e intercambiamos con psicopedagogos, acompañantes terapéuticos y psicomotricistas. Nosotros teníamos la clara convicción que compartirlos y nutrirnos de nuestros maestros, a la manera de una perla, era una formación que se nos incrustaba y que nos guiaría de ahí en más en nuestra clínica.

Tomando como base su formación con su analista y maestro Pichon Riviere, fue un verdadero creador e innovador en el campo de la Salud Mental.

Algunas prácticas y conceptos innovadores de Ricardo Avenburg

Entrevistas de admisión conjuntas psicólogo / médico.

Evaluación psiquiátrica/psicofarmacológica sistemática.

Ante la creciente demanda y la prolongada lista de espera y la deserción que provocaba, creó grupos de admisión a partir de los cuales ya salían grupos terapéuticos conformados, algunos pacientes se iban de alta y otros a terapia individual.

Llegaron a existir 14 grupos terapéuticos en el momento que estaban prohibidas las reuniones grupales. Ricardo practicó la desobediencia “de vida”.

La técnica analítica habitual fue reforzada con el constante “preguntar, ampliar el contenido manifiesto y pedir asociaciones” como si el material de la sesión fuese un sueño a trabajar o a realizar una construcción provisoria para desarrollar el material clínico.

Definía al analista como un “co-pensor”, que acompañaba al paciente en sus asociaciones más que como un dador de interpretaciones y dándole a la sesión un carácter lúdico creativo.

Destacó la importancia de los diagnósticos. Para Ricardo Avenburg, los diagnósticos no eran etiquetados, sino la creación de términos y lenguajes comunes que dieran coherencia a un padecer y se formaran dispositivos para su tratamiento.

Decía que el Psicoanálisis era un vehículo terapéutico para el alivio del sufrimiento del semejante, quien lo tomase como investigación debía decírselo al paciente sino estaba cometiendo una ilegalidad.

Se hacían asambleas con una horizontalidad absoluta, en muchas de las cuales nos ayudó el Lic. Aldo Schlemenson, un experto en Psicología Institucional.

Nos quedaron muchos aportes más, seguramente serán la simiente de escritos futuros, seguidamente los equipos que se fueron conformando eran los siguientes: admisión, niños y niñas, adolescentes, adultos, interconsultas, urgencias, psicofármacos, terapias múltiples de niñez y adolescentes, terapias múltiples de adultos (ex equipo de psicosis), grupos de niños y niñas, adolescentes y adultos.

Por ser parte de un hospital general se pudo armar una red con la mayoría de los servicios, integrándose psicopatología, al resto del hospital, Para eso se diseñaron distintas prácticas: interconsultas, equipos de asistencia en los servicios, asistencia psicológica de pacientes orgánicos interconsultas, equipos una gran escuela que recurrió a un paradigma integrador en el que Soma y Psique estarían indisolublemente unidos.

En 1983 Ricardo creó la Escuela de Psicoanálisis a cargo de distintos profesionales del servicio, abierta también a profesionales externos.En nuestro servicio el silencio no era salud, contrariando aquél nefasto mensaje de la dictadura. Hablar curaba. Por supuesto guiado por el saber hacer. Nosotros, los terapeutas, debíamos hablar también, o sea, analizarnos, entre otras conversaciones.

La terminación y la continuidad

Las cosas que hacemos los humanos suelen tener comienzo, desarrollo y declinación. Lo notable es cómo las circunstancias determinan los destinos. Los años de mayor brillo y esplendor de nuestro servicio paradójicamente fueron aquellos en que la dictadura más atroz cubría de un color mortífero nuestro país.

Cuando aclaró y retornó la democracia seguimos trabajando con la alegría de haber sobrevivido a una catástrofe. Por razones tan parecidas y tan diferentes a la vez, nos fuimos alejando, cada uno en su momento. Ricardo también se fue ya casi al final de la década.

Hoy seguimos encontrándonos con la misma emoción y el mismo cariño.

Ahora para dar testimonio de lo que fue su hacer en el reconocimiento de la capacidad de los psicólogos para hacerse cargo de la clínica, así como la creación de un servicio modelo de salud mental, anticipatorio en el país de los proyectos que se fueron gestando a la vuelta de la democracia que solo pudo ser posible, por las circunstancias políticas del país, en un hospital privado de comunidad.

Recordemos que la mayoría de los Servicios de Psicopatología del país habían sido cerrados.

La figura de un maestro no es sólo por lo que enseña para aprender sino también por lo que es como persona y por lo que nos permite aprehender de él. Bondad, generosidad, solidaridad, humildad, simpatía, laboriosidad han sido valores que Ricardo nos transmitió como legado.

Queremos terminar este escrito, con una frase de Martin Luther King, que sin lugar a dudas pensamos que no sólo sería aceptada por Ricardo, sino que la practicaba cada día de su vida: “Si supiera que mañana se fuera a destruir el mundo, hoy plantaría un árbol”.

Integrantes del Servicio:

Liliana Herrendorf, Mirta Alvarado, Jaime Millonschik y Sergio Rojtenberg, quienes redactaron este escrito al que aportaron los que llamamos integrantes originarios: Eduardo Akerman, Jorge Baruj, Susana Becker, Raquel Bitman, Mirta Braier, Nora Bregman, Eduardo Casanova, Lali Cervone, Carlos Chernov, Marcelo Giterman, Javiva Goldberg, Eduardo Drucaroff, Elena Furer, Humberto Gurman, Miriam Horvitz, Claudia Levin, Leonardo Leibson, Marta Lifchitz, Débora Lippenholtz, Corina Liniado, Liliana Manguel, Laura Mansour, Marcelo Marmer, Silvia Melamedoff, Jorge Mirochnik, Silvia Moguilevsky, Marta Pelegrin, Alicia Perez Borghi, Teresa Popiloff, Susana Ragatke, Malvina Resnizky, Beatriz Roguin, Irene Sapoznicoff, Iris Sloin, Clara Schejtman, Sofia Singer, Mirta Stescovich, Benjamin Usorkis, Mario Waks y Liliana Zaslavsky.

Somos los integrantes del grupo inicial y que seguimos en contacto la mayoría hasta el día de hoy, con la mística y cohesión de entonces.

Hubo muchos más, quienes fueron tomando otros rumbos y otros vínculos.

Y desde el recuerdo nos acompañan Liliana Bracchi, Rosa Drajer, Estela Mancuso, Eduardo Minces, Rosa Nijensohn, Susana Reiser, Alberto Ruiz, Elsa Tarlovsky, Marta Efron, Edith Zaslavsky y Emilia Suarez.

Gracias Maestro, gracias Ricardo!