Aprendiendo de mi encuentro con el Dr. Ricardo Avenburg

Lic. Benjamín Uzorskis (UBA)

El hombre no puede descubrir nuevos océanos
a menos que tenga el coraje de perder de vista la costa.
André Gide

Revista Sinopsis

Colección Hospital Israelita EZRAH. Archivo Histórico Fundación IWO.


En el año 1978 pude continuar una experiencia clínica, iniciada antes en el Hospital Fernández, asistiendo en forma directa a los pacientes internados en la flamante Unidad de Terapia Intensiva del Hospital Israelita. Fui propuesto en este cargo como psicólogo clínico adscrito a esta Unidad por el Dr. Guillermo Doglio.

Conjuntamente se había inaugurado en este hospital el Servicio de Psicopatología con la dirección a cargo del Dr. Ricardo Avenburg. O sea que mi ingreso al Hospital Israelita se produjo por una vía diferente a aquella por la cual ingresaron los integrantes del Servicio de Psicopatología. Mi propuesta de asistencia clínica directa del paciente internado no tenía casi antecedentes en nuestro medio1.

Lo más difundido era la atención indirecta de los pacientes. A través de los denominados Grupos Balint se intentaba ayudar a los equipos médicos para facilitar y hacer más conducente la atención clínica2. Mi propuesta asistencial, que se iba creando sobre la marcha, incluía también el intercambio con los médicos y con el personal de enfermería y trabajando en la contención del grupo familiar.

El encuadre de esta tarea también se conformaba de acuerdo con las necesidades presentes y como no siempre era posible el trabajo con la palabra había incluido la estimulación corporal de los pacientes internados.

Mi experiencia anterior en el Hospital Fernández había sido de menos de un año. El Dr. Doglio confiaba en mí y por eso me había convocado para esta nueva experiencia.

Dado el nuevo marco institucional del Hospital Israelita, y dado el carácter de mis intervenciones clínicas, referidas a la subjetividad del paciente, lo que yo hacía en UTI debía ser eventualmente respaldado o no por el Jefe de Psicopatología.

Por lo tanto cada día era un nuevo desafío en UTI y otra nueva situación no menos desafiante fue dar cuenta de mi trabajo ante el Dr. Ricardo Avenburg.

Yo sabía que era una figura muy reconocida en el ámbito psicoanalítico, por lo cual había sido convocado para la Jefatura del Servicio de Psicopatología, y que conocía la obra de Freud tanto a través de traducciones como del texto original escrito en la lengua de Goethe. En síntesis, encontrarse ante un Jefe de Servicio haciendo una tarea innovadora, tal vez pionera en ese momento, no fue un momento fácil.

Sabemos que en general los jefes, las figuras de cierto renombre en el ámbito psicoanalítico, tienen una postura que incluye mucho de impostura, de infatuación. Y yo me imaginaba como en ese inolvidable dibujo de Quino donde una persona le pregunta a un señor muy bien vestido: ¿Usted a qué se dedica? Y éste le responde desde la parte superior de un monumento, y mirándolo con soberbia hacia abajo: MÉDICO.

Pero en ese primer encuentro se produjo un gran contraste entre mi expectativa, mi fantasía sin duda persecutoria, y la persona real que tuve ante mí. Para mi enorme sorpresa me encontré con un Jefe muy cordial que no parecía jefe, con una Autoridad dentro del campo del saber psicoanalítico que se mostraba humilde, sencillo y dispuesto a saber qué era lo que hacía yo y… en posición de aprendiz. Para mí fue muy sorprendente su forma atenta y amable de escucharme como queriendo aprender de mi experiencia, de lo que se estaba haciendo día a día en terapia intensiva a partir de mis intervenciones.

De este modo fue una situación muy cordial la de poder contar cómo intervenía dentro de UTI como psicólogo clínico:

  1. Tomaba el pedido del médico de cabecera del paciente que consideraba que era necesario atenderlo dado que aparecían dificultades, ya sea en la relación médico-paciente, ausencia de mejoría pese a que era esperable según los parámetros más importantes, desconexión o retraimiento que no estuviese justificado dada la positiva evolución, entre otras muchas y diversas situaciones.
  2. Consulta con el enfermero/a a cargo e historial del día anterior para saber cómo lo percibieron al paciente y qué tipo de vínculo se dio con ellos. Muchas veces los internados pedían información sobre su situación clínica al personal de enfermería porque no se animaban a preguntarle al médico. Y aportaban datos fenomenológicos cruciales.
  3. Intervención directa con el paciente con diversas estrategias según el caso.
  4. Comunicación con familiares cuando lo consideraba necesario.
  5. Informe de lo trabajado con el paciente al equipo médico y al de enfermería.

Cuando tenía disponibilidad también me acercaba a otros pacientes internados para ofrecer mi asistencia. Rara vez se oponían a mi intervención.

Pese al clima de confianza que se daba con el Dr. Ricardo Avenburg no presenté en los primeros encuentros los casos en los cuales intervenía sobre el cuerpo del paciente. Esta situación se daba cuando estaba muy desconectado o directamente en un estado de coma poco profundo. Estimulaba entonces al paciente con una gasa embebida en solución fisiológica, tocaba sus hombros o buscaba tomar su mano para entrar en contacto. A veces la reconexión tardaba, otras se daba rápidamente y en algunos casos requería más de un encuentro.

Considero que esta estimulación producía efectos, muchas veces sorprendentes, porque la situación de internación en UTI produce una inevitable posición regresiva dada la situación de extrema vulnerabilidad en la cual se encuentra el paciente internado. La precariedad del organismo, con signos vitales en situación de peligro, desnudo, con mucho menor contacto con familiares y con el mundo real exterior, en ese momento la boca pasaba a ser el espacio vivenciado tan vital y central como fue en los primeros momentos de la vida.3

Para mi gran sorpresa no recibí ningún reparo ante una propuesta tan discordante con un encuadre ortodoxo.

¡Todo lo contrario!

Y es aquí donde el aporte de Ricardo (ya lo puedo mencionar de este modo en función del vínculo amable que se fue dando con él) fue imborrable para mí. Pues dijo que esta manera de acercarse al paciente y de identificar sus necesidades cuando no hay una demanda verbal le hacía pensar en el concepto de “révèrie” de Bion que hace poco lo volví a encontrar repensado como “identificación proyectiva saludable” según Peter Fonagy4. Esta intervención de Ricardo fue iluminadora y lo recuerdo como la del que puede acudir a la biblioteca cuando hace falta, elegir al autor adecuado y, lo más importante, dar ejemplo de que no es bueno estar pegado a uno solo.

Más adelante se conformó el Equipo de Interconsulta y mi tarea fue compartida en ese nuevo espacio con supervisores que fueron tomando ese lugar5.

Beneficios por añadidura

Como relato al inicio yo no entré por la misma puerta por la que ingresaron los otros integrantes del Servicio de Psicopatología del Hospital Israelita. Sin embargo, fui muy bien hospedado por Ricardo y poco a poco fui integrado al conjunto de profesionales del servicio y fuimos compartiendo diversos espacios de trabajo y estudio.

El lugar de mayor intercambio se daba los sábados cuando Ricardo daba sus clases referidas a Freud y además en cada semana se presentaban otros profesionales haciendo valiosos aportes. Ese espacio, un lujo en tiempos de incertidumbre y de no poca angustia porque eran años de plomo, fue un aporte muy generoso y un modelo de mirada ampliada.

Muy diferente al modelo sectario que se fue dando en la universidad y en las instituciones psicoanalíticas donde se entronizó, lamentablemente, a un único autor. Y la experiencia del Hospital Israelita también me ha permitido conocer a muchos colegas con quienes se fue dando un vínculo de mutuo respeto profesional, de crecimiento y también se produjeron lazos de amistad que perduran hasta la actualidad.

Pues soy parte del grupo de los “israelitos”. Esta alianza afectiva es muy valiosa y la puedo apreciar aún más en estos extraños tiempos de pandemia donde es tan importante contar con un buen lazo social.

Revista Sinopsis

Debajo del mar empetrolado, 2021 Valeria Mendizabal , collage 30x50.


Sobre el reencuentro con Ricardo

Respondiendo a mi invitación, vino el 10 de octubre de 2018 a la presentación de mi último libro publicado. Fue muy emocionante volver a verlo y fue una muy agradable sensación compartida por muchos colegas que lo respetan y en particular por varios ex integrantes del Servicio de Psicopatología del Hospital Israelita que se hicieron presentes esa noche.

Y al despedirse me dijo que volveríamos a encontrarnos cuando lo hubiera leído6.

Yo lo tomé como una promesa formal. Sin embargo, para mi sorpresa, me llamó a fines de enero del año siguiente. Y nos encontramos en una tarde de febrero de 2019 en su consultorio. Me sorprendió su sentido del humor: me preguntó si quería tomar algo, acepté y apareció con dos vasos de Campari de un rojo intenso para brindar.

Y me aclaró: “Quedate tranquilo, no soy Layo, así que no te voy a violar”.

Evidentemente había prestado mucha atención a una de las líneas de mi libro. Pues, a partir de la figura de Layo como abusador sexual, se despliega uno de los ejes de mi texto: el referido a la problemática del abuso sexual infantil.

El otro eje muy importante también se refiere al momento crucial que yo considero una defección freudiana7. Pues Freud luego de la presentación de los 18 casos de pacientes abusadas sexualmente en “La etiología de la histeria” (1896), el 21 de septiembre de 1897 enuncia la célebre sentencia “Ya no creo en mis neuróticas”. De este modo se desdice de lo expresado en ese texto y da pie a una línea muy valiosa referida a los recuerdos encubridores, a las fantasías inconscientes, al territorio de lo psíquico.

Hoy nos encontramos ante una clínica difícil donde lamentablemente se presentan en la consulta las víctimas de traumas reales producidos por abusos sexuales en la infancia y, en general, intrafamiliares. La cuestión crucial es actualmente poder escuchar cuánto de real hay en el relato y cuánto de recuerdo encubridor o de inducción parental8.

Pero Ricardo no estaba con ánimo de internarse en una temática tan perturbadora. Así que luego del chiste prefirió pasar a un tono íntimo, cálido e informal. Para mí fue un encuentro imborrable por el intercambio que pude tener con él, por su tono amable y hasta tierno por los relatos que me compartió referidos a su infancia.

Por ejemplo: “De chico prácticamente nunca tomé remedios. Mi pediatra fue Arnaldo Rascovsky y él se manejaba de un modo muy innovador.” Y más que ocuparse de mi libro, de encarar una discusión teórica, se interesó en cómo estaba yo, en cómo fue mi vida, en cómo encaré mi formación profesional. Lo cual me sorprendió. Supongo que tal vez quiso indagar sobre mí, tal como lo contara al comienzo de este escrito, para saber cómo armé mi propio recorrido de lecturas, cómo se configuró mi manera de reflexionar sobre cuestiones fundamentales del psicoanálisis tal como lo planteo en mi libro. O sea que nuevamente se puso en una posición de escuchar con apertura para tratar de conocerme más a mí y a mi manera de pensar y escribir.

Sin duda Ricardo nos ha dejado un legado muy importante: esa forma abierta, amplia de repensar el psicoanálisis y de animarse a jugar con los conceptos de Freud. Y queda también su obra, varios libros que dan cuenta de una lectura renovada, rigurosa e iluminadora de la obra de Freud.

Buenos Aires, Junio de 2021.

Referencias: