El Borda

Eduardo Gil

Entrevistadora: Dra Mirta Groshaus

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Eduardo Gil es artista visual y fotógrafo. Exhibe su obra en forma individual en Latinoamérica, Europa, Estados Unidos y Australia participando además en innumerables muestras grupales.

Actualmente, su obra integra colecciones públicas internacionales como las del MALBA Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, MAMBA Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, MNBA Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, Museo Nacional de Arte Reina Sofía de Madrid, The Brooklyn Museum de Nueva York, Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro, Museo de Bellas Artes de Caracas, MFAH Museum of Fine Artes de Houston, MALI Museo de Arte de Lima, Princeton Universitary Art Museum, IVAM Institut Valencià d’Art Modern, Bibliothèque Nationale de France, además de colecciones privadas.
En 2004 recibe el Premio a la Trayectoria Docente de la Asociación Argentina y la Asociación Internacional de Críticos de Arte.
En 2019 recibe el Reconocimiento por su trayectoria en la lucha por la memoria, verdad y justicia de la Comisión Provincial por la Memoria, de manos del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel.
En 2019 recibe el Premio Nacional a la Trayectoria Artística que otorga el Ministerio de Cultura.
En el año 1982-1984 creó y coordinó un taller de fotografía en el Hospital Borda.

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-¿Cómo te acercaste al Borda?

Venía de cursar la carrera de Sociología y me interesaba todo lo que tenía que ver con lo social y lo marginado en nuestra sociedad. La locura y la institución manicomial me interesaban especialmente desde la lectura de los textos de Foucault .Tenía cierta idea romántica y fascinante sobre la locura que con esta experiencia cambió. Hoy me parece apasionante y peligrosa porque cuando tratas con la locura: ¿Quién te dice que tan loco sos?

En ese momento daba clases en la facultad de Psicología y en el Cine Club de Buenos Ayres .Era un lugar de resistencia a la dictadura donde se proyectaba por ejemplo “La Naranja Mecánica”. Un día me enteré que hacían proyecciones en lugares no tradicionales como el Borda. Me integré inmediatamente y acompañé al equipo encargado de realizar la tarea. Se proyectó una película y posteriormente se realizó un debate. Me impactó lo que sucedía con los internos, lo que se decía, las ideas, la locura que circulaba. En una oportunidad se acercó alguien con delantal blanco a comentarme que interesante que era lo que hacíamos. Después me di cuenta de que era un paciente más.

Sin perder tiempo fui a entrevistarme con Jose Grandinetti – director del Club Martin Fierro- y le propuse hacer un taller de fotografía con los pacientes.

- ¿Cómo comenzaste los talleres?

Comencé de una manera muy experimental, no lo había hecho nunca. Estaba apoyado por terapeutas que podían contener diversas situaciones. Llevaba un sobre con algunos recortes y fotos que no salían bien, aquellas que descartaba en mi trabajo de laboratorio. Cada uno de los participantes sacaba una foto al azar y comenzábamos a trabajar con las imágenes, con las asociaciones que provocaban. Algunos escribían o dibujaban, cuando una foto desagradaba se rompía y cuando gustaba se la llevaban o la besaban. Era una situación con una potencia muy conmovedora.

Hoy pienso que de alguna manera el taller era una conexión, una soga que los vinculaba con el afuera. Me decían trae fotos del mar, de un parque de diversiones. Iba todas las semanas a hacer el taller y también los acompañaba en salidas nos “conocíamos” muy bien.Más tarde incorporé la cámara.

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-¿Cómo te afectó la experiencia?

Fue una de las experiencias más fuertes de mi vida, me resultó muy conmovedora. También fue muy dura en alguna reunión alguien hablaba de su familia y de su vida pero a la semana siguiente, cuando hacíamos el taller, era como si nada de eso hubiese pasado. No me conocía y era muy feo para alguien que no está formado para la tarea asistencial. Con otros si se establecía un vínculo, un ida y vuelta. Había personajes muy queribles a los que yo después fotografié: Celestino, Ramón.

Con frecuencia se realizaban reuniones de todos los talleres donde se discutía las experiencias y aprendí muchísimo de profesionales de la salud mental y me ayudo a tratar de trabajar mejor.

Muchas veces se habla del placer del artista en su trabajo. Para mí ir al Borda no era placentero, en invierno hacía mucho frío y en el verano los olores corporales y del ambiente dificultaban el estar ahí.

-Giorgio Agamben diferencia al espectador del testigo. El espectador es aquel que mira lo que le ocurre a otros y el testigo es quien puede dar testimonio de su propia transformación. ¿Con qué figura te identificas?

Un día empecé a notar que cada vez estaba más ansioso por ir al Borda. Esperaba toda la semana el momento de ir y por ahí me iba un domingo a las ocho de la noche. Entonces se me prendieron las alarmas y creo que ahí empecé a pensar que me tenía que ir. Un día me llamó el director (estábamos todavía en dictadura y me inquietó) para pedirme que hiciera un relevamiento fotográfico porque iban a encarar obras y querían tener el registro. Yo acepté y entonces pedí una autorización para moverme con libertad y fue como tener un pasaporte para poder entrar a cualquier sala a cualquier hora. Tengo fotos de la cocina y de los baños. Tenía vedado ir al lugar donde hacían los electroshock.

No quería mostrar esas fotos típicas de manicomio en las que se muestran monstruos, deformaciones, la gente babeando, comiendo de la basura y arrastrándose. (Raymond Depardon ya lo ha hecho en 1978 en su serie Manicomio en el Hospital Psiquiátrico San Clemente en Venecia). En ese momento, con menos experiencia, ante todo lo que me llamaba la atención disparaba la cámara sin pensar. Todo ese material no lo muestro ni lo voy a mostrar, pienso en destruirlo para que no esté ahí disponible cuando yo no tenga el control sobre mis fotos. No es lo horroroso, lo estigmatizante lo que quiero mostrar, sino esos seres carentes de amor y olvidados por la sociedad.

Hice una nueva selección de las casi 60 fotos que tengo y agregué otras fotos. La primera edición fue centrada en lo estético, lo visual. Hoy por hoy no puedo dejar de incluir aquellas fotos en la cocina, en los comedores, en los juegos aunque no sean tan “fotográficas”. El Borda es todo ese conjunto de luces y d. e sombras.

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-¿Qué crees que transformó en vos la experiencia?

Me gusta citar este poema de F. Pessoa en el que dice: el poeta (el artista) es un fingidor, finge tan completamente, que hasta finge que es dolor el dolor que de veras siente.

Fue muy fuerte encontrarme con esa realidad y transformarla en obra. Aprendí a trabajar en ese horror manicomial transformándolo en otra cosa.

Empecé este trabajo en 1982 y en el 1983 fue El Siluetazo1. En el Borda trabajé en distintas horas del día también lo hacía de noche sabiendo los riesgos que corría.

Tomando la pregunta sobre el testigo y el espectador pienso que las dos experiencias fueron muy potentes, en la serie del Borda puse mucho el cuerpo y en El Siluetazo fotografié a los que ponían el cuerpo2.

1 El 21 de septiembre de 1983 durante la III Marcha de la Resistencia de las Madres de Plaza de Mayo hombres, mujeres y niños bocetaron y pintaron cientos de figuras con forma humana que después salieron a pegar por la Plaza de Mayo y alrededores así se gestó una acción estética y política que logró hacer presente a los desaparecidos. Eduardo Gil hizo el registro fotográfico y El Siluetazo obtuvo reconocimiento internacional.

2 La serie de internos del Borda exigió un involucramiento, un cuerpo a cuerpo con lo representado, montar un dispositivo visual que a la función testimonial le imprimió un giro poético (Paula Bertúa 2015).

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Siluetas y canas. El Siluetazo. Buenos Aires 21/22 de setiembre 1983


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Silueteando I. El Siluetazo. Buenos Aires 21/22 de setiembre 1983


Referencias:

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