"Las cosas tienen vida propia, solo es cuestión de despertarles el ánima"
Cien años de soledad. Gabriel García Márquez

CUENTOSCIERTOS: LA ESPERA QUE VALIÓ LA PENA

Horacio Fernandez

¿Qué es lo que convierte a “Cuentosciertos en la espera” en un libro distinto? Una respuesta rápida apuntaría a tres razones: la forma en que fue concebido, las sensaciones que se experimentan al leerlo y lo ocurrido una vez impreso: los planetas se alinean y detrás del hecho artístico asoma un propósito solidario.

“Cuentosciertos” está compuesto por trece relatos que el autor reconoce haber sometido a “unos diez años de añejamiento”. Ese proceso —a prueba de ansiosos, porque la pulsión por publicar se vuelve incontenible— permite que los escritos maduren. Vuelve noble al producto (si se permite la digresión del vocablo, que roza lo mercantil, cuando el libro se ubica en sus antípodas, por el destino que se dará a lo recaudado por su venta y porque el arte de la escritura no se lleva del todo bien con propósitos comerciales, aunque algunos ejemplos pretendan desmentir la hipótesis).

Esa parábola, de la primera hoja en blanco del primer borrador hasta el llamado de la imprenta con las palabras mágicas (“Su pedido está listo”), es lo que lo vuelve distinto. Siempre lo fue. Lo era antes, cuando el autor tenía delante de sí embriones de relatos con destino incierto. Lo es ahora, cuando aquellos textos se han clonado en cientos, y con propósitos que exceden el mero hecho literario. Se vuelve evidente cuando cada ejemplar llega a manos del lector.

Los ingredientes —los recuerdos, la memoria, la imaginación en tanto motor de lo ficcional— se han mezclado de tal manera que, a quien tenga un ejemplar en sus manos, le será difícil escindir fantasía de realidad, aunque sospeche que aquella anécdota imborrable en tierras lejanas deriva hacia una historia que roza lo fantástico. El límite se vuelve borroso, y las dos historias se convierten en una. El pasado concreto, documentado, comprobable, y la construcción intangible que ha tenido lugar en la cabeza del escritor se vuelven indivisibles, simbióticos. En algunos cuentos con más énfasis, en otros más solapadamente, el telar ha urdido la trama de historias genuinas. En cada texto, la anécdota se hace cuento. El punto de inflexión entre realidad y fantasía nunca es visible. Es un misterio que, probablemente, hasta al mismo autor le esté vedado conocer.

Enlace presentación del libro: Ver presentación

Andres Cudich, óleo 100 x 80cm