Un nene con un autito rojo.

Sergio Rojtenberg

(Agradezco la atenta lectura y las correcciones de Monique Guthmann).

Revista Sinopsis
“Huyendo de la crítica” Pere Borrel del Caso, 1874
https://es.wikipedia.org/wiki/Pere_Borrell_del_Caso#cite_ref-2

"Las cosas tienen vida propia, solo es cuestión de despertarles el ánima"
Cien años de soledad. Gabriel García Márquez

1979.

Son las dos de la tarde. Estoy en el Servicio de Psicopatología del Hospital Israelita, preparándome para irme, y colocando dentro del sobre de papel madera las notas que confeccionan la historia clínica.

Escribíamos mucho en las historias clínicas, excedían los acostumbrados “Paciente orientado auto y alopsiquicamente…”.

Registrábamos la historia del paciente que intentábamos compartir y semantizar, también porque era el “material” que llevábamos a las supervisiones con colegas con mucha experiencia y saber que nos orientaban en los tratamientos.

Los diferentes lenguajes que teníamos se integraban en un saber compartido, no exento de discusiones que nos enriquecían y nos diferenciaban.

Hacíamos un diagnóstico fenoménico devenido de la psiquiatría, que lejos de la ridiculez que algunos llamaban “etiquetar”, nos ayudaba a encontrar un término común y coloquial del padecimiento para generar un dispositivo terapéutico.

Cierto que la mayoría de las veces había más de un diagnóstico como el situacional, social, familiar, cuando no algún componente somático. Recuerdo cuando nuestro jefe, el Dr. Ricardo Avenburg, en una supervisión cuando describimos el abrupto cambio de humor de un paciente con un cáncer de pulmón, me dijo: “Casi seguro hizo una metástasis cerebral”. Resultó así.

Al diagnóstico fenoménico se le aunaba una perspectiva psicoanalítica, derivada de las fuentes que abrevaban nuestros supervisores, teniendo a Sigmund Freud como guía principal. Son las dos de la tarde y siento de pronto unos golpes fuertes en la puerta del consultorio.

Es una habitación con una ventana con vidrio ligeramente opacado que se abre tipo rendija, un escritorio de fórmica clara con dos cajones, tres o cuatro sillas y un pequeño armario.

Abro la puerta y Vivi, una psicopedagoga que también se había quedado en el Servicio me dice:” Sergio, hay un chiquito con una excitación psicomotriz”

Casi le contesto: “¿y qué querés que haga?”.

Salgo al pasillo y está sentada una señora y al lado un chiquito de 5-6 años con un autito rojo que abre las puertitas, el capó y el baúl frenéticamente, los ojos parecen desorbitados mientras mira fijo el autito, sus dientes aprietan fuerte el labio inferior y respira resoplando.

No corre, no grita, no hace más que repetir estereotipadamente el movimiento una y otra vez a toda velocidad.

Les pido que pasen al consultorio, Vivi me acompaña y ellos se sientan en las sillas de un lado, nosotros del otro.

“Yo soy la abuela, los papis están desaparecidos.” dice quedamente la mujer mientras el niño sigue con esa conducta que me desconcierta y me deja cierta sensación de perplejidad.

Me miro con Vivi y le digo: ” Es un caso para el Tobar.” Y ella asiente.

La abuela acota en voz muy queda: “ayer comencé los trámites de ausencia simple para poder tener la guarda tranquila”.

Enseguida me paro abruptamente y meto mi cabeza debajo del escritorio y grito: “¡Dónde están!”, me paro y grito: ¡Dónde están! Abro y cierro los cajones del escritorio ininterrumpidamente con fuerza gritando:” ¡Dónde están, dónde están!”

El nene cesa en su actitud y me mira, mientras el que parece estar en un estado de excitación soy yo mismo.

Pego algunos cajonazos más, me dirijo al armario y abro las dos puertas al mismo tiempo.

Una noche oscura, sobre el Río de la Plata aparece, mientras un chapoteo de objetos pesados que caen sobre la superficie del río se escucha, con el ruido de fondo de los motores de un avión que se aleja.

Cierro las puertas del armario mientras apoyo mi cabeza sobre el mismo, incrédulo de lo que acabo de ver.

El nene se pone a llorar. Yo me pongo a llorar, Vivi, la abuela, todos lloramos fuerte.

Me agacho y abrazo al nene y le acaricio el pelo tiernamente. El nene me pasa su mano por la mejilla secándome una lágrima.

Nos recuperamos de a poco, nos sentamos, el nene está cabizbajo y tranquilo, el autito está sobre el escritorio, todos nosotros con humedad en los ojos.

Le pregunto a la abuela:” ¿Quiere venir mañana y hablamos un poco más?”.

La abuela dice que sí y le pregunto al nene, que no contesta y sigue mirando para abajo.

Me despido de ellos y salen del servicio. Vivi y yo nos abrazamos sollozando un poco más y nos vamos.

Nunca más volvieron.


Envíe su comentario