APSA Virtual 2020.
Mesa PEF: experiencias de Residentes durante la pandemia.

Moltedo Santiago R.
Residencia de Psiquiatría HIGA “Prof. Dr. Rodolfo Rossi” de la Plata.

El siguiente artículo fue presentado en el Primer Congreso Virtual de la Asociación de Psiquiatras Argentinos, en el espacio de Psiquiatras en Formación.

Revista Sinopsis
Foto cedida por el autor del artículo, Dr. Santiago Moltedo

En ese preciso momento en que se anunciaban las medidas de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, me recuerdo invadido por una incredulidad sin precedentes. Vestido con el ambo celeste con el que solía asistir los días jueves a la Guardia del Hospital “Dr. Alejandro Korn” de Melchor Romero, sentí como un golpe inesperado la sobrevenida de una nueva realidad casi cinematográfica que me atravesaba de pies a cabeza. Si bien comprendía las medidas, digamos en lo racional que tiene el acto de comprender, me veía imposibilitado de caer en la cuenta y se lo hacía saber a mis compañeros y compañeras de guardia mediante suspiros, exclamaciones al viento y deambulaciones que no iban a ningún lado. La decisión de mudarnos con Melisa a mi departamento en La Plata, a minutos del anuncio presidencial, no fue una decisión más. A contrarreloj, acercándonos a la medianoche, nos organizamos para que viaje desde Quilmes con un bolso pequeño que portaba algo de ropa, el cargador del celular y no mucho más. Nuestra vida daba un vuelco radical empujado por la urgencia de no volver a vernos por quién sabe cuánto tiempo. Pero esa noche del 19 de marzo en Melchor Romero era tan sólo el comienzo de un largo camino que aún hoy se extiende sin llegar a ver el horizonte.

Lo primero que cambió de un día para el otro en nuestro Servicio de Salud Mental del Hospital Rossi, fue la frecuencia de asistencia: de cinco, a dos o tres veces por semana separados por turnos. Con el paso de las semanas y con la logística de no repetir equipos en los diferentes días de trabajo para reducir las posibilidades de contagio, los y las residentes de psiquiatría pasamos a asistir tan sólo una vez por semana en el turno matutino. Como si no fuera suficiente, un documento oficial del Departamento de Docencia del Hospital de Romero, suspendió nuestra rotación de los días jueves por la Guardia. La sensación que me inundaba en aquel tiempo era la de impotencia. En el auge de la transición hacia lo digital, me anotaba en todo curso vinculado a la salud mental que se me cruzara. Mi calendario estallaba de charlas, conversatorios, mesas virtuales y otros eventos a los que asistía casi por inercia, muchas veces sin un interés concreto en el tema. Llegada la noche terminaba agobiado. Recostado sobre el sillón, me detenía en el tiempo pensando que tal vez mi formación como psiquiatra ya no sería la mejor. La esperanza por que se revierta la situación era todavía presa de una incertidumbre que se empecinaba en no dejarme en paz.

En ese contexto se fueron regularizando las instrucciones bajo la modalidad virtual que, pese a la distancia corporal del grupo, poco tienen que envidiarle a las clases presenciales realizadas en el hospital. Por otro lado, mi interés por llevar a la comunidad algún aporte desde mi lugar de profesional de la salud, dio el puntapié inicial para la confección de una nota periodística titulada Coronavirus y salud mental: reinventarse en tiempos de cuarentena, publicada el 20 de abril en el diario 0221 de La Plata. El artículo reunía diferentes recomendaciones para la población general cuando todavía, sin la aparición del tapabocas, el aislamiento era el único recurso con el que contábamos debiendo readaptar nuestro discurrir en el día al espacio físico de nuestro hogar. No tardaron en llegar las demostraciones de afecto de familia y allegados por el aporte comunicacional. Abrazos en el aire que me permitieron seguir apostando por la profesión.

Poco a poco comencé a vivenciar que los días pasaban en semanas. La aceleración del tiempo me llevaba súbitamente de martes a martes, quedando organizada mi rutina alrededor del único día de trabajo presencial. En ese día fatídico de tiempo limitado, pretendía cumplir con todos los objetivos que me planteaba en la angustiosa noche del lunes, no sin quitarme el sueño en varias ocasiones. El día martes, ingresaba a un Servicio de Salud Mental vacío a eso de las siete de la mañana, evolucionaba historias clínicas atrasadas, preparaba las prescripciones a los pacientes de atención por consultorios externos, organizaba los seguimientos de interconsulta del día y leía los casos de urgencias de la última semana. Además, por el mes de mayo, empezamos a recorrer los demás Servicios junto a residentes de psicología con el motivo de brindar una escucha y contención al personal de salud. En mi caso transité por la Guardia de Febriles y por los Servicios de Clínica Médica, Infectología y Terapia Intensiva. La angustia de los trabajadores del hospital fue mutando a lo largo de la pandemia: a la incertidumbre inicial se le sumó luego el burnout. Algunos temían cometer errores y comprometer a sus colegas, otros temían contagiar a sus familias. Citando a Paul Preciado, “una epidemia radicaliza y desplaza las técnicas biopolíticas que se aplican al territorio nacional hasta el nivel de la anatomía política, inscribiéndolas en el cuerpo individual (...) El virus, como nos enseñó Derrida, es, por definición, el extranjero, el otro, el extraño”. La catástrofe biológica nos atravesó a todos, aunque no por igual. Una situación inédita e inesperada, obligó a construirnos una nueva subjetividad: una subjetividad pandemizada. Al mismo tiempo en nuestras escuchas por los diferentes Servicios, fuimos identificando algunos recursos singulares que lograban apaciguar, al menos en parte, la incertidumbre angustiosa. Por ejemplo, podría mencionar la experiencia acumulada de haber realizado varios hisopados, las capacitaciones técnicas, la comunicación intrahospitalaria fluida y sin malentendidos, el compañerismo entre los profesionales, y el sentirse respaldado por la institución. Desde nuestra parte transmitimos a los profesionales de salud, entre otros aportes, la importancia de distinguir las demandas esenciales de las no esenciales para evitar la infodemia y el burnout, la posibilidad de un tiempo estipulado para escucharse entre los y las compañeras de trabajo, y la invitación a talleres grupales con un coordinador de salud mental donde podrían expresar sus preocupaciones sobre la pandemia.

En vista de las angustias surgidas a partir de la distancia, es decir, la angustia de nuestros compañeros y compañeras del hospital aislados por ser contactos estrechos o por ser sospechosos o confirmados para la COVID-19; la angustia de los familiares de los pacientes internados, algunos aislados, e imposibilitados de poder realizar una visita a su pariente; y la angustia de los mismos pacientes internados, aislados por resultar sospechosos o confirmados para la enfermedad; se decidió a través del Área Programática del Hospital Rossi desarrollar un Dispositivo de Acompañamiento conformado por las Residencias de Psicología y Psiquiatría, y el Servicio de Trabajo Social. El apoyo psicosocial brindado por nuestros dispositivos, se indica en las tres situaciones anteriormente mencionadas, a través de un acompañamiento telefónico a los compañeros y compañeras del hospital, a las familias y a los pacientes internados. Actualmente el registro, tanto del estado clínico como del acompañamiento, se realiza a través de una historia clínica electrónica con acceso para los diferentes profesionales intervinientes en las distintas esferas del paciente. La interrelación entre actores se lleva a cabo de una forma verdaderamente dinámica, dando menor lugar al malentendido entre las partes. Me ha tocado protagonizar el primer acompañamiento presencial a una familiar de una paciente internada y con pronóstico crítico en la UTI, que luego del fallecimiento de su padre por el virus, se le permitió ingresar unos minutos y compartir un momento de intimidad junto a su madre. La huella de esta experiencia me ha quedado impregnada en el cuerpo, comprendiendo hoy que en esas ocasiones no existe un saber hacer puntual, sino que habría allí una verdadera decisión política de acompañar y estar ahí con el otro.

Llegando al final de esta narrativa experiencial, no quiero dejar de mencionar lo que he grabado en mis propias retinas: el esfuerzo desmedido y vital, del personal de salud para reducir al mínimo el daño de la pandemia. Seres humanos, no héroes, con sus miedos, sus obligaciones y convicciones. Reflexiono que tal vez más que una pandemia, hoy tenemos millones de subjetividades pandemizadas a lo largo y a lo ancho del mundo. Como dice Patricia Manrique en su texto Hospitalidad e inmunidad virtuosa, “no se trata de «integrar» aquello, aquella, aquel, lo que quiera que venga, no es cuestión de darle una forma soportable, moldearlo a nuestro placer para que nos suene conocido, sino asumirlo en su singularidad y otredad”. La solidaridad comprendida como la apertura a la sobrevenida del otro, es decir al futuro, aparece como un destello de esperanza entre tanta oscuridad de pérdidas angustiantes. Desde mi lugar de psiquiatra en formación, apuesto a una sociedad con justicia social que, donde haya una necesidad se construya un derecho con igualdad de oportunidades por sobre la meritocracia individualista, y a la profundización de una salud y educación públicas de calidad para todos, todas y todes.


Revista Sinopsis
Foto Valeria Fernández Título: premonición Enero 2020 Playa Fomento/Colonia Valdense/Uruguay

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