La atemporalidad de los colibríes.

Hugo Dramisino
Equilibrio Editorial
Buenos Aires, Diciembre 2019

Revista Sinopsis

No es mi intención, a través de La atemporalidad de los colibríes, presentarles tan sólo un relato autobiográfico. Aunque, en tal sentido, no quisiera contradecir lo proclamado por un experto en autobiografías como Philippe Lejeune, quien nos propuso que, si el lector cree que el autor, el narrador y el personaje central de un relato son la misma persona, entonces se trata de una obra autobiográfica. Entiendo así, que para él, mi libro, sí lo sería. En definitiva, dejo a los lectores la resolución de esta cuestión.

Retomando mi presentación, les advierto que, en concreto, sí tomaré algunos pasajes de mi vida con las esperables distorsiones que, inexorablemente, le aportamos a nuestras vivencias. De todas formas, deseo aclararles que creo que al escribir una obra de cualquier índole, es muy difícil no ser un poco autobiográfico, aunque muchas veces el escritor lo haga de manera absolutamente inconsciente (estimo que esto es tan así, tanto en un ensayo sociopolítico como en una novela, aun apelando, por ejemplo, al auxilio de heterónimos). En otras palabras, juzgo que, al escribir, uno está prácticamente condenado a contar, directa o indirectamente, algo de su propia historia (real o imaginada, que es casi lo mismo), aunque no sea consciente de ello.

En síntesis, lo que leerán no es exactamente una formal autobiografía ni tampoco un relato histórico fehaciente de mi existencia, pero sí se encontrarán con algunas inquietudes que me han surgido a partir de experiencias que me han tocado vivir, o imaginar. Entiendo, como James Joyce, que la imaginación es memoria, o bien una combinación de recuerdos fragmentados e incluso incoherentes. Además, tengamos presente que nuestros recuerdos siempre constituyen una mixtura de acontecimientos memorizados más otros olvidados, junto al ineludible aporte de nuestras naturales distorsiones.

Al leer La atemporalidad de los colibríes se encontrarán con cuatro momentos de mi vida a los que identificaré en el siguiente párrafo como “fragmentos”: el primero fue escrito cuando era bastante joven (describe un momento de mi infancia), el segundo ya pasados los treinta años –al que hice algunos agregados unos años después- (narro un acontecimiento de mi adolescencia), el tercero al poco tiempo de la fecha en la que titulo ese relato y el cuarto prácticamente escrito a las pocas semanas de haber ocurrido el impactante suceso que describo.

El hilo conductor que, de alguna forma, los une, sólo lo pude apreciar después de concluida la escritura del cuarto fragmento. Esa situación motivó el quinto, y de la escritura de éste me surgió el interés de escribir el sexto tramo. Al tiempo que también nació el anhelo pujante de transformar los seis fragmentos en un libro.

Tras esta breve introducción, remarco que encuadrar esta obra resulta una misión bastante difícil. Bien, como ya señalé, podría describirse como una autobiografía, aunque con pinceladas de ficción -aproximadas a cierto realismo mágico-, más reflexiones sobre el amor, la finitud, el duelo, el proceso de construcción de subjetividad e inter-subjetividad que también lo acercan a un particular ensayo. Cedo a los literatos expertos la decisión de ubicarlo dentro de la esfera de la controvertida literatura del yo; una modalidad literaria negada por algunos como género, mal vista por otros como subproducto del avance posmoderno de la extimidad (exhibición de lo íntimo) sobre la intimidad o defendida por aquellos que aseguran que no hay escritor que pueda escapar a hablar de sí mismo. Sin duda, por lo oportunamente expresado, vislumbrarán que adhiero a ésta última postura, aunque no sé si se puede hablar de un género literario en sí, pero ante ello no siento que sea algo que me incumba. Quizás como ejemplo paradigmático de mi postura me permito citar a Gustave Flaubert, quien afirmó: “Madame Bovary soy yo”. -

Alguna vez leí que Chico Buarque de Holanda, expresó que la literatura es el único arte que no exige exhibición, quizás (o no) influido por Roland Barthes que, en La muerte del autor, anunció que: “el nacimiento del lector se paga con la muerte del autor-. Desde mi perspectiva, parafraseando a Chico Buarque, considero que la literatura es el arte donde la exhibición del autor puede ser muy sutil. Pero hay casos especiales en los que el escritor, sólo si escribe bien, será perdonado de eludir la virtud de esa sutileza. Por lo que, por tal razón, anhelo ser indultado por el lector.

Sin duda se puede afirmar que La atemporalidad de los colibríes se centra en cómo he sido atravesado por la trágica pérdida de mi joven hija –Micaela-, y la puesta en palabras del dolor, de la aceptación y de cómo continuar con un proyecto existencial. Paralelamente, a través de esos cuatro relatos de diferentes momentos de mi vida, descriptos –o por lo menos esa ha sido mi intención- en formato de cuento, aparecen unos protagonistas misteriosos e inesperados que terminan ligando esos distintos momentos: los colibríes- (incluso presento un segmento con una descripción de estos pajarillos como así también de distintos mitos sobre sus supuestas misiones).

La propuesta culmina con una serie de asociaciones que se ligan en los distintos momentos de mi vida descriptos, como así también refiero aspectos de la breve pero intensa vida de mi hija, destacando su pertinaz vocación hacia una existencia solidaria (¿acaso hay una virtud humana más meritoria que la solidaridad?) y hacia el final, presento algunas reflexiones, y de manera particular, mi descubrimiento de cómo designar a quiénes hemos perdido hijos o hijas: padres desplenos. La desplenitud surge porque, ante tan profunda y dolorosa pérdida, si bien se puede ser igualmente feliz, se ha perdido la sensación agregada de plenitud. Algunos reconocerán que este neologismo lo expuse por primera vez en el final de mi libro Psicoterapia Psicoanalítica Existencial. Libro que estaba escribiendo cuando fui azotado (para siempre) por tan lacerante perdida.

En tal sentido, recuerdo que Henri Bergson postuló que la función del cerebro es suspender la memoria y, sobre todo, tratar de evitar que los recuerdos nos acosen. En cambio, ante el terrible dolor del duelo de un ser tan amado, pude percibir que lo que en verdad nos acosan, precisamente, son los recuerdos.

Por último, he creído oportuno clausurar esta presentación con la visión de la joven periodista Paula Galinsky, quien tuvo la delicadeza de escribir estas sentidas palabras en la contratapa de La atemporalidad de los colibríes:

“Se puso frente a mis ojos y con su típico aleteo eléctrico se quedó unos cuantos segundos ante mi rostro. Luego de ese estar cara a cara, dio un veloz giro, y se marchó volando hacia el este. Una inesperada sonrisa me sorprendió entre el mar de lágrimas que unos instantes antes había obnubilado la luz del sol”.

Una tarde de domingo, Hugo subió las escaleras hasta la terraza de su casa, uno de los espacios que Mica elegía para compartir con amigos. La ausencia insoportable de su hija mayor se llenó por ese rato con la aparición del colibrí, y con la explicación que, después, logró darle. ¿No conocés la historia de estos animalitos?, le preguntaron unas amigas. Este libro es una forma de respuesta.

Micaela vivía a la vuelta de mi casa. Desde esa misma terraza en la que Hugo encontró el colibrí, ella me llamaba. Yo, desde la mía, les respondía a los gritos. Todavía nos veo, abrazadas, en la esquina donde nos encontrábamos. Hubo una época en la que lo único que hacíamos era dar la vuelta a la manzana y charlar de la vida. Hablábamos de nuestras frustraciones y también de las cosas lindas que nos pasaban. Nos pensábamos en el futuro. A través de este texto, Hugo me lleva de vuelta a esas caminatas. Me acerca a su sonrisa enorme, a su forma cantada de decir, a su entusiasmo y sus convicciones. Le pone palabras a la pérdida, a las emociones y al paso del tiempo. Pero, sobre todo, este libro nos habla de las marca que deja la vida y la muerte de un otro que, a la vez, es parte de uno.

El cómo seguir es otro elemento que se vislumbra en estas páginas. Me animo a decir que en el amor está la respuesta. Creo que este libro es una muestra de amor infinito y es parte del empuje y las ganas de hacer que no dejan de conmoverme. Sobre todo porque esa fuerza para continuar, a pesar de lo injusta y violenta que puede resultar la vida, me hace acordar demasiado a Mica.


Revista Sinopsis
Salvavidas, artista plástica: Valeria Mendizabal, acrilico sobre tela, 70x50cm, 2020.

Acerca de “La atemporalidad de los colibríes”
(Ana María Vaernet)

En principio, es un libro muy interesante, muy atrapante, que conmueve y que no se puede parar de leerlo una vez que se lo ha empezado, y lo que pasa con la segunda o tercera lectura: uno sigue encontrando cosas nuevas. Este libro, que son varios libros a la vez y que uno puede leerlo desde diferentes miradas: una historia política, una de vida, otra de a profesión, etc. Nos invita a recorrer su inocente infancia, su adolescencia desde el costado político que atraviesa uno de los momentos más difíciles de nuestra historia: el Proceso donde Hugo relata que le tocó muy de cerca los míticos 70' y donde casi es uno de nuestros desaparecidos; de casualidad no lo fue, pero padeció el terrible "exilio interno" .

También nos cuenta luego cómo elige su carrera y su especialidad. Acuña un neologismo que describe cabalmente la situación: “desplenitud”, se puede volver a ser feliz después de una pérdida así, pero no una felicidad plena, algo queda mutilado. Pero no es un libro fatalista ni triste: es un libro que aborda la esperanza, el reencuentro y que nos invita a nosotros; colegas, tan ligados a lo racional y a creer solamente en lo observable, a abrirnos un poco más a otras experiencias, esas presencias que sabemos que están, aunque no las veamos. Y lo hace con esta frase: "aunque creer en ello con absoluta certeza me parece una zoncera, descreer de esa posibilidad me parece otra estupidez." Nos cuenta, así como los colibríes, por todas sus características, se han convertido para él en la representación de su hija. Hugo también nos interna en este mundo mágico donde podemos descubrir a Mica, que a partir de este libro podemos todos sentirla muy cerca, muy nuestra.

El libro va recorriendo así distintos momentos de su vida: su niñez, su adolescencia, luego de adulto donde puede acercarse plenamente a la felicidad de compartir con la familia que armó hasta hace poco tiempo de ocurrido el suceso que marcó su vida. Y el resurgir en esta nueva vida. Como al pasar nos va invitando a reflexionar sobre algunos hechos que él considera injustos, donde puede verse claramente como dejó su impronta en Mica, quien siguió sus pasos. Puede decirse que es un homenaje a su hija, pero no se queda sólo en eso: no, él nos invita a pensar, a pensarnos desde otro lugar. Abreva su largo recorrido por lo filosófico existencial para tratar de encontrar un sentido a algo tan misterioso como la muerte, también acá nos hace un recorrido por lo psicoanalítico.

El invitarnos a reflexionar no nos impide adentrarnos, por su descripción tan rica en ese mundo de su infancia, percibir los olores y sabores de la cocina, escuchar el ruido de los trenes, sentir sus emociones; ¡poder estar ahí! También nos muestra cómo pueden convivir y enriquecerse lo que él llama: la sabiduría de la convivencia de los opuestos, que no son inviables ni perjudiciales, sino que pueden resultar atractivos: por qué tener que elegir entre la vainilla y el chocolate, ¿si se puede disfrutar del marmolado como el que hacía la tía? Así se logra la integración y síntesis de opuestos. También el fútbol permite la metáfora como la de su relato: que prefiere imponer la delicadeza y la firmeza de una pelota que roza al palo y traspasa la meta sobre el ímpetu del disparo fuerte, de voleo, de destino incierto.

Y cuando equipara a la vida como un partido de fútbol, pero no como un campeonato sino como un partido amistoso donde no se cuentan los goles ni se sabe cuánto tiempo dura. O que la pelota no se la posee: ¡¡se la juega!!

En fin: ¡un libro muy recomendable!

Revista Sinopsis
Fotografía del Rio de San Antonio de Areco, 2020. Valeria Mendizabal.

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