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La noche del 22 de diciembre de 1938 una extraña figura merodeaba las iglesias del centro de Río de Janeiro. El objetivo de su periplo era llegar a la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, donde juzgaría a los vivos y a los muertos. Su plan se vio truncado: luego de un alto en el Monasterio de San Benito, donde se proclamó ante los presentes como el hijo de Cristo, fue detenido por la policía, apresado por negro e indocumentado y enviado al Hospicio de Praia Vermelha, donde pasaría un mes antes de ser trasladado a la Colonia Juliano Moreira, su vivienda hasta el fin de sus días, en el año 1989. Diagnosticado con esquizofrenia paranoide, nadie creyó por ese entonces que Arthur Bispo do Rosário -el protagonista de esta historia- se convertiría en un artista aclamado por la crítica internacional cuyas obras representarían a su país en la Bienal de Venecia. Ni que la institución que lo albergó se transformaría en un museo de arte contemporáneo que llevaría su nombre. Pero empecemos por el principio.
Oriundo de la localidad nordestina de Japaratuba -donde hoy se erige una estatua en su honor- poco se conoce de su vida pre-manicomial. Se cree que nació en 1911 y se sabe que supo ser parte de la Marina de Guerra de Brasil, de la cual fue apartado por indisciplina. Luego de eso decidió trasladarse a Río de Janeiro, donde tuvo diversos empleos como portero, casero y personal de seguridad. Al ser consultado por las voces que lo llevaron tanto a los hechos descriptos como al desarrollo de su obra, no daba muchos detalles, simplemente que las escuchaba desde niño.
De lo que sí poseemos más datos en esta historia es de su albergue, fundado apenas 15 años antes de su llegada, y denominado originalmente “Colonia de Psicópatas de Jacarepaguá”. Localizado en las afueras de la ciudad de Río y creado bajo el lema “Praxis omnia vincit” (“La práctica todo lo vence”), la Colonia Juliano Moreira tenía como principal actividad terapéutica el trabajo rural, siguiendo el modelo institucional establecido en el país desde mediados del siglo XIX (el mismo que se seguía en Argentina, el cual fue importado desde Francia). Sin embargo, ya en la época de su fundación los alienistas brasileños comenzaban a poner el foco en otra actividad que realizaban sus pacientes (sobre todo los esquizofrénicos): la artística. Psiquiatras como Ulisses Pernambucano y Sílvio Aranha de Moura fueron pioneros en los estudios sobre “el arte de los alienados”, los cuales facilitaron a que se considerase en las décadas posteriores -sobre todo con los aportes de Nise da Silveira en la década del ‘40- a la práctica artística como uno de los pilares de la terapia ocupacional.
Colônia Juliano Moreira - Aqueduto dos Psicopatas.
Tomado de: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Col%C3%B4nia_Juliano_Moreira_-_Aqueduto_dos_Psicopatas.jpg
En este contexto, la Colonia Juliano Moreira no se quedó atrás, organizando en 1950 la Primera Exposición de Pintura y Arte Femenino Aplicado y realizando también el envío (junto con dos instituciones psiquiátricas más de Brasil) de obras de sus internos para la muestra “Exposición de Arte Psicopatológica” del Primer Congreso Mundial de Psiquiatría, llevado a cabo en París.
Si bien Bispo do Rosário ya se encontraba para ese entonces institucionalizado, no participó de aquellas exhibiciones. De hecho, no se sabe a ciencia cierta cuándo comenzó exactamente a producir, e incluso aun cuando él nunca haya declarado formación previa, hay quienes dudan de que haya tenía algún maestro en la Colonia.
Cuenta la leyenda que un día una voz le dijo “Jesús, hijo, enciérrese en un cuarto y comience a reconstruir el mundo”. Arthur obedeció a aquella voz y cortó todo tipo de contacto con sus compañeros de pabellón, recluyéndose a trabajar. Siete años después aquella misma voz le dijo que la obra estaba concluida, y fue así que los empleados del hospicio -quienes muchas veces lo ayudaron a conseguir la materia prima de sus creaciones- se encontraron con un volumen de obra inigualable, compuesto por collages, ensamblajes de objetos encontrados, miniaturas y sobre todo arte textil. Este último es quizás el más representativo del corpus de Bispo do Rosário, tanto por la minuciosidad y el nivel dedicación con los que elaboró cada pieza como por la variedad de sus soportes. Bordó todo lo que tuvo a su alcance: sábanas, cortinas, cubrecamas, incluso los mismos uniformes del hospicio; creando así túnicas, tapices y estandartes donde intentó condensar todo lo que conocía del mundo. Describió los países que había visitado como marino, listados de nombres de personas allegadas y sus ocupaciones, eventos históricos que recordaba, etc. Realizó también vitrinas con objetos cotidianos azarosamente reunidos a los cuales numeró y clasificó, y hasta un modelo de Arca de Noé.
“No soy artista, soy orientado por las voces para hacer de esta manera” contestaba a todo aquel que le preguntara por sus creaciones, las cuales al momento de su muerte -cuando se realizó la catalogación para el futuro museo- contabilizaban más de 800. Era fácil de reconocer respecto de los otros internos, ya que vestía siempre un manto que se había fabricado especialmente para el Día del Juicio Final, conocido como “El manto de la presentación”. Por supuesto, los títulos con los que se conoce hoy a sus obras -que él tampoco consideraba como tales- son fruto de la inventiva del equipo de trabajo detrás del museo creado póstumamente, y la datación de todas ellas también es incierta.
Podría haberse ido, podría haber vivido de la venta de sus trabajos, pero para Arthur eso era impensable: la Colonia Juliano Moreira era su casa y su atelier, y sus obras eran un fin en sí mismo, fruto de la necesidad de expresarse. De hecho, la fama de artista, si bien le llegó en vida, la alcanzó de forma tardía y por casualidad, por un episodio poco feliz: una nota del programa televisivo dominical “Fantástico” producido por la cadena Globo en 1980, donde se buscaba denunciar la crueldad a la que eran sometidos los pacientes crónicos de la Colonia. Allí circularon por primera vez imágenes de las obras de Bispo, y a los dos años logró por esta visibilización formar parte de “À margem da vida” (“El margen de la vida”), una exhibición colectiva realizada en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro con trabajos de niños, ancianos, presos y otros pacientes psiquiátricos. Sería la única de la cual participara en vida.
Su figura cobró aún más notoriedad con el documental “O prisioneiro da passagem” (“El prisionero de paso”) del fotógrafo y psiquiatra Hugo Denizart, el cual se lanzó un año después de aquella muestra, y con el reportaje para la revista “Isto è” publicada en 1985 con fotografías de Walter Firmo.
A su muerte, su producción fue declarada Patrimonio Cultural de Brasil, y además fue fruto de inspiración para creaciones de otras disciplinas artísticas. Entre estas, se pueden mencionar libros (“El señor del laberinto” de Luciana Hildago, que a su vez tuvo una adaptación cinematográfica), obras de teatro (“Bispo” un monólogo de João Miguel que fue éxito de público y le valió numerosos premios) y hasta una colección de ropa, “En nome do Bispo” (“En nombre de Bispo”) del diseñador de moda Ronaldo Fraga.
En Buenos Aires, sus obras pudieron verse en las exhibiciones colectivas “Imágenes del Inconsciente” (Fundación Proa, 2001) e “Historia de dos mundos” (MAMBA, 2018).
Foto 1: Artur Bispo do Rosário portando el Manto de la presentación. Museo Bispo do Rosário
Foto 2: chaqueta bordada. Museo Bispo do Rosário
Foto 3: "Gran velero". Museo Bispo do Rosário
Foto 4: "Atenção: veneno". 101 tiras de paños bordados y colgados de un soporte de madera. Fundación Proa
Foto 5: Manto de la presentación. Fundación Proa
Foto 6: "Estandarte". Tejido, hilo, madera, plástico. 155 x 146 x 3 cm. Fundación Proa
Foto 7: "Macumba". Metal, yeso, madera, plástico, cartón. 193 x 75 x 15 cm. Fundación Proa