"El mundo es una granja de hormigas"

Nicolás Kitroser

Agradecemos a Nicolás Kitroser el siguiente cuento sobre un ¿presente, futuro? distópico.

Revista Sinopsis

Hace doscientos once días que encontramos el hangar, una semana antes de la gran fumigación. Quienes sobrevivimos añoramos un tiempo en el que respirar la atmósfera de nuestro planeta no significaba una muerte segura; cuando las hormigas se comportaban de acuerdo a un orden natural, y no como seres mortíferos que hacen de nosotros sus presas. Al principio no eran sólo las hormigas: todos los insectos comunes, desde las abejas a las cucarachas, se comportaban de forma agresiva; vectores de la peste, contagiaban para luego buscar alimento en sus víctimas. Cuando anunciaron por radio la gran fumigación, nos llenamos de esperanza, por fin una respuesta contundente: la tierra alrededor de nuestro hangar quedó cubierta por un tendal de insectos muertos. Moscas, abejas, abejorros, cucarachas parecían hacer un colchón crujiente, pero al poco tiempo, desde las grietas de la tierra, para alimentarse de sus congéneres y de alguno de nuestros compañeros que se hallara admirando la devastación, aparecieron las hormigas. Días después empezaron a llegar las naves, gigantescas agujas oscuras que hacían tronar el cielo.

Apenas nos queda oxígeno y víveres, pronto deberemos hacer un sorteo para decidir quiénes deber enfrentarse al mundo exterior. Sé bien lo que eso significa: la última vez Sabrina y yo debimos, con los trajes aislantes fabricados con los pocos materiales que podíamos rescatar, caminar treinta kilómetros hasta el cementerio en que terminó por convertirse nuestro pueblo. No encontrar rastros de vida fue, hasta cierto punto, un alivio: donde no quede alimento, ya no habrá hormigas. Triste consuelo, ya que la experiencia nos había demostrado que podían salir de la tierra en cualquier momento. Sabrina propuso que lleváramos un vehículo, de ese modo podríamos transportar diez veces más tubos de oxígeno que con la carretilla. La idea no me gustaba, el temblor podría atraer a los insectos, pero el paisaje devastado y el miedo a ser descubiertos antes de llegar al hangar me hicieron ceder. Elegimos una camioneta algo oxidada y con la carretilla cargamos en la parte de atrás unos treinta tubos. Sabrina manejaba. Nuestras máscaras incluían una radio de onda corta para comunicarnos entre nosotros, como si fuéramos astronautas; cuando gritó fue como escuchar dos gritos, el de la radio y el de ella. Ambos gritos surgían de un mismo pánico: las vi salir de debajo de su asiento. Detuvo la camioneta, bajamos y me ayudó a poner cinco tubos en la carretilla, pero luego Sabrina no pudo acompañarme: la máscara, a pesar de su vidrio algo opaco, transparente dejaba ver el caminar nervioso de hormigas que recorrían su rostro y su cabello. Su expresión no era de miedo, sino de tristeza. Quise abrazarla, pero me lo impidió. Ella siempre fue una mujer práctica: en lugar de esperar la muerte en aquel páramo, se llevó la camioneta a recorrer el área. Sin compasión por mi angustia, porque en un punto ella parecía aliviada, relataba con angustia escuché su descripción cada cosa que veía, y qué le sucedía: de qué modo la enfermedad consumía su carne. Cuando encontró una nave respiraba con dificultad. Vio a millones de hormigas entrar a aquella nave por una compuerta y salir por otra. Al final su voz se entrecortaba, dijo algo que no comprendí acerca de una hormiga reina; creo que deliraba.

Mientras escribo esto, el cielo truena. Otra de las naves ha despegado. Una a una dejan nuestro planeta. Karl, un biólogo que murió poco después de que llegaran las naves, tenía una teoría que me parece factible: están recolectando las bacterias que nosotros, los humanos, por tanto tiempo hemos perfeccionado. Cientos de años de antibióticos contribuyeron a la creación de una bacteria indestructible. En simultáneo, la humanidad colaboró con la diseminación de las hormigas y cucarachas, nuestras construcciones crearon para ellas un hábitat ideal. Imaginamos que las naves vienen a recolectar las bacterias. La historia de la humanidad, entonces, se resumiría a ser una pieza de una maquinaria mortífera mucho más grande de lo que podemos imaginar. Ahora debemos esperar a que la última de las naves deje nuestro planeta, y tal vez las hormigas vuelvan a comportarse como siempre lo hicieron. Y nosotros… no sé. Si la teoría de Karl es cierta, no hemos sido mucho más evolucionados que ellas, como nos gustaba creer: acaso una fuerza invisible y alienígena nos llevó a transformar nuestro planeta en una fábrica de armas.


Envíe su comentario