Construcción de la Singularidad, un camino posible hacia la autonomía.

Lic. Evangelina Copello - Psicóloga especialista en el área de niños/as, en Jakairá Chacarita
Lic. Gabriela Elizondo – Coordinadora Jakairá Chacarita

Introducción

Jakairá es un programa que depende de la Fundación Kaleidos y está enmarcado en un acuerdo de colaboración con la Fundación Children Action (Suiza).

Jakairá desarrolla e implementa estrategias integrales de trabajo con adolescentes en general y específicamente con adolescentes que son madres/padres y sus hijos/as, en el marco de un abordaje interdisciplinario basado en el cumplimiento de derechos tal como postula la Convención Internacional de los derechos de niños y la Ley de Protección Integral de niños, niñas y adolescentes (Ley N° 26.061) que rige en la República Argentina. El programa cuenta con dos líneas de acción: acompañamiento y sensibilización.

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Tomado de: https://www.childrenaction.org/soutien-psychosocial

El acompañamiento se desarrolla a partir de un trabajo cotidiano e integral desplegando estrategias de intervención que focalicen en la construcción del proyecto personal de la/el joven, que fortalezcan la red de cuidados de los niños y niñas y la atención de las necesidades para el buen desarrollo de los mismos.

Dentro de esta línea de acción se cuenta con un centro especializado, de atención gratuita, ubicado en Chacarita, CABA. Cuenta con diferentes espacios de trabajo para las/los adolescentes hasta 20 años inclusive y sus niños/as: un jardín maternal, dispositivos grupales (taller de crianza, grupo de jóvenes) y acompañamientos individuales, vinculares y familiares.

La sensibilización se propone un trabajo de prevención, promoción y formación, haciendo base en las escuelas e instituciones que los nuclean. El abordaje es vivencial y lúdico y siempre se desarrolla en conjunto con los referentes de cada institución. La experiencia de trabajo que presentamos a continuación surge a partir del proceso de acompañamiento que se realizó desde Jakairá Chacarita a una adolescente de 17 años y su niña de un año.

Ante una escena en la que en un rincón del salón una madre y niña se abrazan, sin poder identificar donde comienza el cuerpo de una y donde termina el otro podríamos sentir protección, contención y acogida. Sin embargo, la imagen de la que somos testigos nos trasmite que se vivencia miedo, tristeza, ganas de no vivir, angustia, temor hacia el afuera. La niña que no puede mirar hacia afuera porque le han presentado el entorno como peligroso. Su madre de 17 años, a la que le han transmitido que ella no es “alguien”, ni siquiera para su hija.

Entre ellas no cruzaban miradas. La niña siempre mostró un rostro de miedo y susto. En los dos primeros años de trabajo con ella, no se le conoció la risa, ni una sonrisa. Se presentaba muy reticente a los intercambios. Cuando se le acercaba un juguete, una mano, o una palabra, ella se retiraba retrocediendo físicamente, acercándose a la mamá, bajando la cabeza y esquivando la mirada.

Camila y su hija Florencia han recorrido un camino de vida en el cual su ser persona fue esfumándose, desvitalizándose, convirtiéndose en “personas expulsadas”.

“El expulsado pierde visibilidad, nombre, palabra, es una “nuda vida”, porque se trata de sujetos que han perdido su visibilidad en la vida pública, porque han entrado en el universo de la indiferencia, porque transitan por una sociedad que parece no esperar nada de ellos”. “Un ser de nuda vida es un ser que se le han consumido sus potencias, sus posibilidades (…), se convierte en un sujeto privado de realizar formas múltiples de vida …” (1). Las frases que nos resuenan son: “Yo no sé hacer mate. En casa no hago nada, en realidad, no sé hacer nada.”

Un contexto familiar que sufre y se enfrenta a la exclusión social signada por la inestabilidad habitacional, condiciones habitacionales precarias, inestabilidad laboral, enfermedades respiratorias recurrentes, situaciones de violencia familiar y comunitaria.

Es interesante pensar como “la exclusión social” se va colando en los vínculos intrafamiliares, a través de los cuales se comienza a repartir culpas por estar en esa situación o por ser así. Y en este caso, se deposita en Camila todo el malestar, revictimizándola, reproduciéndose la situación de exclusión.

El desafío que se nos planteó fue pensar en cómo resignificar ese bloque de cuerpos desvitalizado, objetivizado, en seres individuales que se sientan capaces de construir, mirar, hablar, hacer, pensar, jugar, sentir. Pensar en el fortalecimiento de una autonomía posible nos lleva a pensar en el complejo proceso de construcción de la identidad como pilar esencial para poder sentirse un ser sujeto.

Partimos de la idea que la identidad se construye a partir de un proceso dinámico de construcción de representaciones sociales. Las representaciones sociales son entendidas como construcciones simbólicas que se definen a partir de procesos de selección y esquematización obteniendo una mirada reducida de dicha realidad. Estas son productoras de sentido otorgándole una explicación e interpretación al mundo social y actuando en la redefinición de las prácticas sociales. La identidad se traduce en la articulación de dos miradas: la llamada auto atribución que es aquella que uno tiene de sí mismo en un grupo y la otra, la alter atribución que es aquella que proviene de los otros del “exterior” hacia uno mismo (2).

Así es como las personas construyen su propia identidad a través de procesos de interacción con otros sujetos en diferentes espacios de los cuales participan cotidianamente. Son múltiples los espacios a los que se aluden: familia, escuela, organizaciones comunitarias, efectores de salud, entre otros. Los mismos adquieren diversas características y generan un impacto en la construcción de la subjetividad de la persona. Es imposible pensar el desarrollo humano sin pensar en el desarrollo del sentido de pertenencia que es estructurante en la construcción de la identidad personal y colectiva.

La historia de vida de esta adolescente y su hija nos fue mostrando que las identidades de ambas se fueron construyendo sobre la base del “no poder”, “de la incapacidad”, “del afuera como causante de enfermedad”, “del otro como peligroso.” Estas miradas fueron las que condicionaron que tanto una como otra sostuvieran que su forma de estar en el mundo es esa, y que no existe otra alternativa. Por lo cual, el discurso desmotivador del entorno va siendo apropiado por ellas mismas, generando en ellas prácticas cotidianas que responden a ese mensaje.

El trabajo fue arduo. Jakairá comenzó a mirarlas, a intercambiar pocas palabras, acompañarlas desde el silencio, a mostrarnos como personas amigables posibles en confiar y pensarlas. Para ello, fueron necesarias entrevistas individuales con Camila en las que poco a poco nos fue exponiendo su mundo y nos permitió poder comprender el posible origen de su falta de energía. Su participación en los espacios grupales fue variando desde ser una observadora hasta un miembro activo capaz de compartir y poner en palabras su sentir. Cuestionar los insultos y golpes que recibía por parte de su madre, las amenazas de las que era víctima por parte de una vecina y su ex novio, apostar a que era capaz de tramitar su documento sin pedir permiso a su mamá, continuar con la escolaridad, mostrarle que podía compartir activamente un espacio de juego con su hija, fueron algunos de los ejes estratégicos para que comenzara a vitalizarse.

A partir de la continua reflexión interdisciplinaria se promovió que afloren y que valorice los recursos propios, que identifique sus deseos y sus potencialidades, de modo tal que se fortalezcan y que pueda adquirir herramientas para posicionarse desde otro lugar frente a las diversas problemáticas que se le pudieran presentar. Fue relevante recuperar de su vida aquellos saberes que la pudieran reforzar, para construir un lugar protagónico y activo en la toma de decisiones que tiendan a la construcción de su autonomía.

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Tomado de: https://www.pexels.com/es-es/foto/adentro-adulto-afecto-amor-698878/


En paralelo, Florencia, con un cuerpo llamativamente pequeño en relación a su edad fue creciendo lentamente, con una mirada vigilante y un gesto constante con el que se tapaba los ojos y la cara –no se trataba del juego de esconderse, no hay juego en ese gesto-, con palabras que casi no se desanudaban, buscando amparo en los bordes, las paredes, los recovecos. Cercos imaginarios que le daban seguridad. Trabajamos intensamente los dos primeros años, dos años que estaría en el jardín de Jakairá.

En el jardín, en consonancia con el trabajo desplegado desde el equipo técnico, un maestro hizo un trabajo cuerpo a cuerpo. Pensar en un “cuerpo a cuerpo” era difícil imaginarlo cuando los “otros” son los peligrosos. Sin embargo, muy poco a poco la vimos asomarse, animarse, dar pasos hacia el centro en pos de encontrarse con otros… Por otro lado, tal como sentenció su abuela era una “niña enferma”, estaba en riesgo, había que llevarla al hospital casi diariamente por sus bronquios y su asma… Entonces no venía al jardín, se quedaba en su habitación-casa, donde tampoco jugaba con los niños del conventillo porque tenían piojos y además la podían lastimar. Para su entorno familiar era necesario “guardarla” aún más; para Jakairá Florencia estaba pidiendo oxígeno, poder desplegarse, inspirar aires renovados.

Creíamos que algo iba cambiando pero inmediatamente las ausencias sistemáticas de ambas en Jakairá dificultaban el sostenimiento y la continuidad de las estrategias. Como equipo nos sentimos involucrados en un “cerco de goma” (Wynne, 1958). Cuanto más nos acercábamos para proponer un cambio o una salida, más claramente éramos testigos de la capacidad de transformación del sistema que generaba nuevamente el encierro y la designación de los miembros “inútiles” (Camila) o “frágiles” (Florencia) en este grupo familiar.

De todos modos, el trabajo con ambas continuó insistentemente: comunicaciones telefónicas con Camila, con su mamá, entrevistas domiciliarias, reuniones con los pediatras (pediatras que hasta el momento consideraban que la actitud de la abuela era testimonio de una familia cuidadosa y protectora, sin haber advertido la falta de palabra de Camila en las consultas), con profesionales de Defensoría de niños, niñas y adolescentes, a fin de sostener un proceso de trabajo en el cual era imprescindible la configuración de una red social sólida, que sirviera de sostén y además que actuara a partir de estrategias consensuadas.

En estos primeros años de acompañamiento ambas comenzaron a mostrar algunos cambios: Camila se incorporó a una pasantía rentada para adolescentes en la cual realizaba tareas vinculadas con la panadería y venta de los productos. Comenzaban a sumarse otras miradas hacia ella que valoraban su posibilidades, que apostaban a su “hacer” y “ser”. Comenzaba a construirse una identidad como trabajadora que para su entorno cercano familiar era impensable. Completó su pasantía con muy buenas referencias. En simultáneo sostuvo la escuela.

Próximos al egreso de Camila del jardín de Jakairá, se evaluó que la niña continuaba teniendo llamativas dificultades para conectarse con los adultos y con los pares, su estar en la sala del jardín era con una actitud expectante, de mucha inhibición, no podía incluirse en los juegos espontáneamente, y en general, la sensación era que estaba a la defensiva, desconfiada y temerosa. Por esta razón, es que se decidió institucionalmente proponer al grupo familiar su permanencia en el jardín de Jakairá en la sala de 2. A su vez, les propusimos asumir un verdadero compromiso en la participación en los espacios grupales e individuales de la institución y la asistencia regular al jardín. Tanto Camila como su madre lograron reconocer y expresar algunas actitudes de la niña que les llamaba la atención. Estuvieron de acuerdo que continuara un año más, en el marco de un lugar ya conocido por ella, con posibilidad de seguir con un seguimiento individualizado, en donde se sostenía firmemente que no debía ser etiquetada con un rotulo de vergonzosa o introvertida, si no que un entramado complejo de problemáticas psicosociales fueron coartando su desarrollo integral.

En el transcurso del último año algunos cambios notorios y alentadores comenzaban a aflorar. Al inicio Camila no trabajaba, esto favoreció la participación a los distintos espacios grupales y la posibilidad de entrevistas y encuentros vinculares con la niña. Nos llamó la atención en el espacio de crianza, la percepción, registro y preocupación de Camila por los estados emocionales de su hija. La notaba triste y se preguntaba que le pasaría. Por otro lado, Florencia en los espacios de crianza, si bien tenía momentos de aislamiento con respecto a las coordinadoras y niños, establecía con la mamá una especie de burbuja, en la cual intercambiaban; ella se enojaba, la mamá le ofrecía intercambios, trataba de entenderla o satisfacer lo que pedía, siempre en un espacio de mucha cercanía física. Ambas podían mirar y sostener la mirada entre ellas y con los otros.

Camila, ante la reflexión conjunta en relación a como se sentía y pensaba con respecto a diferentes temas o situaciones ligados a la crianza, empezó a diferenciar su posición, con la de su madre. E incluso cuestionar actitudes de su madre, pensar como le gustaría ser más allá de lo que ella pensara. Se comenzaba a visualizar un cierto movimiento en simultáneo tanto de Camila como de Florencia, en donde la adolescente lograba pensarse a sí misma separada de su mamá, y pensar ella a su hija con su mundo interior, con interrogantes hacia ella.

A Florencia, se la empezó a ver en el jardín más participativa y conectada, ya no en exclusividad con el maestro referente. Un referente que si bien fue pensado como estrategia institucional, la niña progresivamente fue adoptándolo como un lazo afectivo significativo.

Camila finalmente logró conseguir, incorporarse y sostener un puesto de trabajo por sus propios medios. Está próxima a finalizar la secundaria. Podemos afirmar que la confluencia de diversas miradas que fueron sumándose en este proceso de trabajo fueron contribuyendo a la construcción de una singularidad como sujetos, fortaleciéndose en Camila su identidad como adolescente, estudiante, madre, mujer, trabajadora. En Florencia una identidad de niña, hija, un ser sociable. Identidades que fueron permitiendo que cada una pudiera pensar en la posibilidad de ser autónoma y de animarse a vivir apostando a sus propias capacidades y potencialidades.

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Tomado de: https://www.pexels.com/es-es/foto/abrazos-adulto-agricultura-al-aire-libre-1683975/


Bibliografía:

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